El estudio del envejecimiento cognitivo y su efecto sobre los procesos de comprensión y producción del lenguaje se ha constituido en las últimas décadas en un tópico de investigación de alto interés para la psicolingüística, tanto de orientación descriptiva como experimental.
Ello se explica -en parte- por la trascendencia que pueden tener tales estudios mirados desde una perspectiva social y demográfica. En un escenario en donde los promedios de vida de la población han aumentado dramáticamente y el porcentaje de personas que viven más allá de los 60 años ha crecido y sigue creciendo de manera notable, trazar de manera nítida las diferencias entre el envejecimiento normal y el patológico así como entender la naturaleza y extensión del deterioro que la vejez puede causar en el lenguaje deviene una cuestión crítica, tanto si lo que se quiere es proyectar el potencial intelectual de los adultos mayores en la sociedad futura o definir las condiciones que puedan ayudar a minimizar los efectos del deterioro a que se ha aludido.
Ello se explica -en parte- por la trascendencia que pueden tener tales estudios mirados desde una perspectiva social y demográfica. En un escenario en donde los promedios de vida de la población han aumentado dramáticamente y el porcentaje de personas que viven más allá de los 60 años ha crecido y sigue creciendo de manera notable, trazar de manera nítida las diferencias entre el envejecimiento normal y el patológico así como entender la naturaleza y extensión del deterioro que la vejez puede causar en el lenguaje deviene una cuestión crítica, tanto si lo que se quiere es proyectar el potencial intelectual de los adultos mayores en la sociedad futura o definir las condiciones que puedan ayudar a minimizar los efectos del deterioro a que se ha aludido.
Pero más allá de la sensibilidad de los investigadores ante los cambios sociales, el envejecimiento cognitivo se constituye en un territorio de investigación interesante para la psicolingüística en la medida que abre la posibilidad de someter a prueba empírica las teorías y modelos del procesamiento del lenguaje en un contexto diferente, cual es el del cerebro envejecido. El contacto entre ambas áreas ha resultado enriquecedor y dado origen a un dominio de estudio muy productivo y promisorio. Factor fundamental ha sido el hecho de que el lenguaje sea un campo de investigación teórica y metodológicamente bien desarrollado de la ciencia cognitiva y se cuente con modelos bien especificados de la organización del sistema lingüístico.
La habilidad para comunicarse mediante el lenguaje es -sin duda- fundamental en la vida humana. Entender y producir mensajes orales o escritos de manera rápida y precisa es de importancia vital para obtener información del ambiente, realizar exitosamente las actividades que conforman la vida diaria y mantener relaciones sociales normales. Y, aunque esta habilidad parezca llevarse a cabo sin esfuerzo alguno, es en realidad el resultado de un complejo conjunto de procesos sensoriales y cognitivos. La tarea de la psicolingüística es justamente explicar la naturaleza y funcionamiento de esos procesos que subyacen a la comprensión y producción del lenguaje.
La idea general que se ha impuesto es que se trata de funciones mentales complejas constituidas por un conjunto integrado de procesos y representaciones que operan en diversos niveles. Para entender cómo funciona este complejo sistema hay que saber cuáles son sus componentes, qué estructura los organiza, de qué naturaleza son las operaciones psicolingüísticas que cada componente del sistema cumple y cómo se ensamblan unos con otros en el curso temporal de la acción. Se suele hablar de la arquitectura funcional del lenguaje para referirse al conjunto de estos niveles de procesamiento.
Si se sitúa el foco de atención en los procesos de comprensión, habrá que pensar en mecanismos que den cuenta del procesamiento ortográfico y fonológico, del procesamiento léxico, del procesamiento sintáctico y semántico de las oraciones y del procesamiento en el nivel del discurso. Para cada uno de esos mecanismos habrá que concebir algoritmos particulares que describan paso a paso las operaciones atinentes a su función particular.
Lo anterior implica proponer modelos explicativos que den cuenta de cómo el sistema cognitivo humano se las arregla para transformar la señal lingüística en una representación fonológica de la palabra, cómo es que puede reconocer las palabras y activar y seleccionar un significado para cada una, cómo procede para analizar las secuencias de palabras y otorgarles una estructura sintáctica, cómo construye el significado de cada oración, cómo opera para integrar todos esos significados en una representación unificada del significado del texto. A ello hay que agregar una teorización acerca de cómo el comprendedor mantiene activa la información en su memoria operativa cuando debe establecer referencia o decidir entre significados alternativos o cómo recupera información de su memoria de largo plazo para hacer inferencias cuando en el curso del procesamiento ello se requiere.
Si el fenómeno en estudio fueran los procesos de producción del lenguaje, el camino que habría que recorrer sería diferente, pero de igual modo que en la comprensión se encontrarían procesos de gran complejidad.
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